domingo, 27 de julio de 2008

El Cantante

Así se titula una película en la que los legos, amantes de la Salsa, podemos recorrer de pasada la vida de Héctor Lavoe. La Salsa es, con todo, parte de la historia de los setenta y los ochenta para algunas generaciones. Con ella aprendimos a bailar, fueron los primeros encuentros amorosos, los primeros pasos por un mundo que conocía el narcotráfico y la violencia callejera pero al poético ritmo de las voces y los temas que nos hacían olvidar del peligro que escondía el que invitaba, el que bailaba a tu lado, el que cantaba los estribillos como vos.

Volví a tus calles, Medellín, me ví en la Oriental, en La Arteria -allá en la Playa-, en La Fuerza, en La Isla... volví a encontrarme con Gerardo, quien fuera quizá la historia más particular de aquellos días. La Salsa fue, sin lugar a dudas, un lugar de encuentro. A Gerardo lo conocí en la Oriental en un lugar de cuyo nombre no logro acordarme. Era un segundo piso, cerca de lo que hoy es el centro Comercial Villanueva. La música sonaba hasta tempranas horas en la madrugada. Tal vez eran las dos cuando a la mesa en la que estaba con mis amigos de siempre llegó una cerveza para mí. Era la primera vez que alguien me invitaba de esta manera... acepté por eso... busqué al personaje que la había enviado para beber la fría en su nombre. Y lo ví por primera vez. Aquella madrugada bailamos, bailamos con ese ritmo que alcanzan las parejas de baile después de mucho tiempo de trabajo y ensayos pautados.

A su hermano lo conocí por esa suerte de imago mundi que me atrae a los fantasmas. Una tarde que había ido al centro a hacer no sé qué... con los pies cansados, inflamados de caminar, tomé un taxi. Siempre he oído decir que en Medellín hay 17.000 taxis... exagerado o no, hay una mancha amarilla que se extiende por cada avenida. Pero ahí estaba yo, conversando con el chico que conducía. Demasiado impecable en los gestos, demasiado exigente en el vestir para ser un taxista de profesión. Le puse tema... habló mucho... ojalá pudiera recordar claramente de qué. Pero mientras él hablaba yo solo podía notar el tremendo parecido que éste chico tenía con Gerardo. Sí.

Se lo mencioné... le dije que se parecía muchísimo a un muchacho que yo conocía hacía poco. Él simplemente me preguntó el nombre, el apellido. Era su hermano. Un mes después Gerardo me hablaría compungido de la historia de su pequeño hermano asesinado.

Gerardo se negó a verme más... adujo que yo le resultaba demasiado "vulgar" para sus costumbres pequeño burguesas. Demasiado brusca, demasiado tosca. Cuando bailo Salsa sin embargo, me acuerdo de él, de su ritmo.

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