sábado, 2 de agosto de 2008

El Salvador

Uno de octubre, corren tiempos de paz paz paz paz. Me atrevo, después de casi seis años de tu partida, a subir al barrio El Salvador. Quiero sentarme a los pies del Cristo a contemplar la ciudad para despedirme. Me voy un tiempo y quiero llevarme el aire fresco que sube entre los eucaliptos, así no tendré dudas para regresar.

No voy sola, no conozco nada estas calles empinadas en las que todavía se encuentran casas de principios del siglo XX, que van dejando a su paso peldaños para ascender al empinado cerro desde el que, como desde cualquier otra altura que mires el Valle, te preguntas por las primeras palabras de quienes lo vieran con ojos del viejo continente. Verde, salvaje, atravesado por el río, abrazado por la cordillera y sus picos y su meseta de Santa Elena.

El guía conoce el sector. Enciende un cigarro mientras me señala silencioso las casas como viejas recias, blancas todavía, con sus balcones circulares y sus techos rojos, amplias. Hablamos poco para conservar el aire en la cuesta. Serpenteamos para descubrir que la ciudad tiene múltiples caras. Nos ponemos a buen recaudo cuando sentimos desprenderse desde algún lugar desconocido un carro, una moto, un autobús que desciende veloz, amenazante.

La llegada a la cima es el premio esperado. Me toma tiempo descubrir en qué lugar de la ciudad estamos situados. Buscamos entre los árboles del parque uno que no esté ocupado y nos sentamos a ver pasar la tarde, nos sentamos a conversar con el viento que recorre la ciudad buscando la salida, arrastrando la incertidumbre, la fetidez, el miedo. Metiéndose bajo las faldas y entre las mangas de la camisa. Aires de El Salvador que una vez te vieron descender las escalinatas desde otro lado, desde los barrios nuevos, desde los barrios deprimidos. HWU.

1 comentario:

  1. Elocuentes y bellas escenas del viento cruzando las montañas, despeinando las copas de los árboles, envolviéndonos con su revuelo fluido y frío para luego, buscar una salida. El viento puede volar pero le gusta acariciar la tierra y conversar con las personas que suben hasta la cima para mirar desde lejos.



    La imaginación persiste en recrear las primeras impresiones, las palabras del primer latido asombrado de las gentes que allí, en el mismo lugar que nosotros ocupamos ahora, salieron en forma de aliento y se escaparon junto a aquel viento a recorrer las montañas y a cruzar los balcones y las calles, luego. En ese viento que no tiene edad, está perpetuado el aliento de las palabras de ayer, del viejo y del niño que una vez subieron y ahora no están de pie, quizás enterrados y descompuestos, a la orilla de la ciudad que en muchos casos, solo es silencio.

    elficcionario

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