lunes, 18 de agosto de 2008

El sueño del lobo

Volvía del sueño a la hora precisa, cuatro minutos para las tres. No era ya la noche pero la madrugada se haría esperar. Una hora en que la puerta quedaba entreabierta para penetrar más allá de lo conocido o quizá fuera al contrario y era precisamente la hora en que lo otro, lo no sabido, penetraba en nosotros. Mejor fuera dormir y permanecer inconsciente, ingenuo o simplemente desconocedor.

El lobo se dejará cazar, obtendremos la sabiduría de algún desconocido que nos acogerá en su casa y luego, torpemente nos lanzaremos a la tarea. En nuestra mediocridad creeremos haberlo comprendido todo, cuando el desconocido solo ha dicho una mínima parte de lo que sabe nosotros hemos tomado su conocimiento como suficiente, y nos lanzamos con él a la caza del lobo. Y como él ha dicho, el lobo se muestra, el lobo se entrega a nosotros. Entonces empieza a surgir la duda, las preguntas son agobiantes, no sabemos ahora qué hacer con el lobo que se ha entregado manso, estado en el que no permanecerá mucho tiempo.

Qué haremos ahora con el lobo que no es uno, pues dada la facilidad de su entrega hemos aceptado manadas. Estamos perdidos y el desconocido sonríe, él sabe y sabía desde antes que en nuestro afán por saberlo todo, estaba nuestra perdición. Pero él sabe qué hacer con las manadas, ésta es su decisión. Como al principio, como siempre, estamos en sus manos, somos sus inquilinos escasos de conocimiento, sus inquilinos irremediablemente pequeños, balbuceantes, detenidos en un estado de inconciencia insuficiente para la comprensión.

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